Cuando la esperanza muerde

 

DSC07763

 

Hace un par de días no podía dejar de pensar en lo incierto de mi futuro y en como me daba la sensación de ser un castillo de naipes que a la más mínima ráfaga de aire se iba a desplomar y me iba a ver sentada en el suelo sin saber dónde ni cómo reaccionar. Me preocupa mi futuro (esencialmente el laboral, gracias a Dios en lo demás no puedo quejarme ni un poquito) y cuanto más pienso sobre eso, más me agobio. Ahora mismo estoy como #becariaprecaria en una empresa en la que el ambiente es lo más, el trabajo me encanta y mis compañeros son un amor.

Y por qué te quejas, te dirás.

Pues porque las posibilidades de que me contraten son ínfimas. Primero porque no soy la única becaria, hay dos más y uno de ellos está mucho, mucho más preparado académicamente que los demás. Y también hay que tener en cuenta que en el momento en el que yo me vaya o exija un suelo, habrá otro becario en la puerta dispuesto a hacer el mismo trabajo que yo gratis, exactamente como yo estoy ahora.

Así que con todo el dolor de mi corazón yo me había mentalizado a eso. No me van a contratar. No. Esto es muy bonito pero va a ser una experiencia y una manera de sumar un año de experiencia laboral a tu CV, pero cuando acabe te vas a volver a tu ciudad, a hacer tu máster (si entras) y a posponer durante dos años más tu angustioso futuro.

Estaba claro.

Estaba todo bien.

Estaba más que mentalizada a que eso era lo que iba a pasar y casi que no me dolía ni me sentía inútil por estar metiendo tantas horas de trabajo a algo que no iba a servir, al final del día, para nada, más allá de lo mucho que he aprendido.

Y entonces el viernes mi jefe me dio la noticia. La. Noticia.

Hay una remota, remotísima posibilidad de que contraten, siempre que el primer candidato diga que no. Sería un contrato muy, mu corto, por apenas unos meses y ni siquiera sé cuál sería el sueldo. Mi trabajo sería el mismo que el que estoy desempeñando ahora pero recibiría un sueldo.

Y ahora estoy nerviosa. Muy, muy nerviosa. Con ganas de que llegue ya la semana que viene (que es cuando se supone que me dicen si el otro candidato ha aceptado o no la oferta) y quedarme tranquila de una vez. Llevo peor la espera en silencio (porque no se lo he dicho a nadie, vaya a ser que no lo consiga y tenga que estar explicando una y otra vez a personas con cara de tristeza por compromiso que me he quedado a las puertas), poniendo buena cara, que que me digan que no. Que sigo como becaria.

Estaba preparada para el no. Estaba preparada para volverme a casa sin recibir un salario. Estaba preparada para todo eso.

Lo que me está haciendo daño de verdad es la esperanza. El ilusionarme aunque no quiera, el que se me escape la mente  me ponga  a pensar, a imaginar. Eso es lo peor. Lo que más duele. Lo que va a hacer que me dé el golpe cuando me caiga desde arriba.

4 comentarios en “Cuando la esperanza muerde

  1. ¡Mucha suerte Menta!

    A mí me pasa algo parecido. A veces me llaman para trabajar de una empresa y me encantaría quedarme ahí a trabajar, pese a que no me quedaría tiempo para escribir, fíjate lo que te digo! Pero hay poquísimas posibilidades…

    ¡No pierdas la esperanza!

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario